jueves, 22 de agosto de 2013

Estabilidad

Como seres humanos que nos podemos catalogar la mayoría, inútiles y egocéntricos a parte iguales, tendemos a alejarnos de la incertidumbre del día a día para abrazar poco a poco la ilusión a la que llamamos estabilidad...

Hemos aprendido a convivir con el hecho de que nuestra misma existencia, principio y fin de todo lo que poseemos, es finita. Aceptamos y convivimos con ello. De hecho, no nos lo planteamos a pesar con nuestros propios actos adelantemos el minutero de ese reloj cada sábado noche. Es algo innato.

Sería estúpido vivir con miedo a dejar de hacerlo, ¿verdad? Tanatofobia se llama el término clínico.

Luego, a pesar de aceptar que nuestro paso por la Tierra es es tan efímero como una molesta mosca de verano, cualquier otro simple cambio consigue aterrarnos. Nuestra vida se acaba, con todos los cientos de miles de hechos y experiencias que viviremos, pero la evolución, transmutación o la simple finalización del de cualquiera de esos hechos o experiencias, hiela la sangre.

Lo que dure, dura. Bonita expresión. Bonita e inaplicable expresión. La realidad y solidez, a pesar de ser tan solo cuatro palabras, de su argumento, encandila nuestro cerebro, pero no nuestra mente. ¿Quien no se adentra voluntariamente en una experiencia, sea la que sea, y dilatada en el tiempo, sea el que sea, y sufre al llegar esta a su fin?

Y peor aún, ¿quién no sufre, estando inmerso en una experiencia o situación que realmente encandila, por su fin? Y aún más peor (disculpad), ¿quién no sufre por su posible final? Posible final. PO-SI-BLE-FI-NAL.

Cuando la estabilidad de tu hormigón se transforma en papel de cebolla, todo se derrumba. Todo, salvo la certeza de que tarde o temprano todos moriremos.

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