martes, 11 de noviembre de 2014

Voz alta

Alguien se daría por aludido ante aquel grito de dolor. Quien realmente tenía que escucharlo se tapaba los oídos en ese instante, alegando no querer escuchar más mentiras. El ejecutador lloró bajo una insípida luna, que brillaba pero no iluminaba. Él no habló de sexo, pero la conversación acabó saliendo. Resultaba inevitable tergiversar la realidad ante la inverosimilitud del momento. Parecía que todos menos él apostaban por la derrota. El tiempo desde hace días no existe, las arengas ocultan la frustración y la euforia es un estado mental efímero e imposible de rememorar. La conversación acabó con un delicado portazo, muy delicado. Los te quieros entre dientes valen bien poco, pero hay momentos que valen más que los dichos en voz alta.