Vivimos en un mundo que está sometido a los valores de bien y mal,
exacerbándolos hasta la creación de un bien y mal supremos: cielo e infierno. La
gran mayoría de religiones se basan en ese axioma y han minado en la cultura
humana desde el principio de la razón.
Según lo que se
muestra y se concibe, el cielo es un lugar hecho de nubes, en el cielo y con
una gran puerta en esa puerta se encuentra San Pedro. El infierno está, por
contra, en el interior de la Tierra, y hay fuego, llamas y magma. Eso es todo
lo que conocemos. ¿Qué hay dentro?
Porque, siendo
realistas, en un prado de nubes imagino que me divertiría un rato, quizá un par
de días. ¿Luego qué? El infierno igual. Tanto fuego... ¿un alma siente calor?
Todo es tan surrealista que me veo en la obligación de hacer mi
propia apreciación sobre cielo e infierno.
El cielo, bajo mi
humilde punto de vista, debería estar lleno de bares, sexo, fútbol,
rock'n'roll, fiesta y buena programación en la tele. ¿Qué más puedes pedir? No
habría que madrugar para trabajar, al contrario, la gente madrugaría encantada
para ver una buena exhibición de fútbol. Nadie se iría a la
cama después de un festival acojonante sin pillar con la persona más
atractiva del local. Los bares abrirían las 24h del día, el camarero nunca te
mandaría a tu casa por borracho y no habrían peleas. Para mí, eso debería ser el cielo.
El infierno,
exactamente lo contrario al disfrute. La frustración de trabajar doce
horas diarias, no habría tiempo para bares y estos solo venderían licor de manzana y cerveza 0,0. El fútbol sería aburrido y carecería de interés. Ver los días negros por mucho que salga el sol, por la depresión. Tener miedo a llegar a casa por no saber lo que te espera. Apenas recordar lo que era tener algo de lívido. No escuchar nada más que Justines y
Hannas Montanas... ¿Qué mas quedaría por sufrir?
Si alguien ha sido lo
suficiente perspicaz, deducirá que mi cielo son básicamente los placeres
personales de esta vida, y el infierno las desgracias y disgustos. Pero, ¿quién
quiere vivir ahí? Ya sea en uno o en otro, perdería por completo la razón de
ser, convirtiéndose en un mismo castigo. El trabajo no sería trabajo,
la bebida dejaría de emborrachar, el fútbol carecería
de espectáculo, el sexo sería un trámite más interpersonal.
El mejor cielo es el
que vivimos. Por muy puta o dichosa que parezca, la vida es maravillosa.