jueves, 10 de marzo de 2011

Ni yo soy tan malo, ni tu eres tan buena

        Tras unos días de inestabilidades emocionales, desmotivadoras situaciones y deseadas ausencias, lo único en claro que puedo esgrimir es esta afirmación que uso a modo de título. No es un chufletazo de optimismo ni un momentáneo atisbo ególatra, y mucho menos duradero. Es una sencilla reflexión que, si bien no fui capaz de verla con mis propios ojos a la primera, ni a la segunda, ni a la septingentésima y largas, al final he caído del burro.
                                        
        Ciertamente, es algo frustrante el confundir el ser de alguien sólo porque la fracción de si mostrada equivale a la sección buscada, resultando ser invenciones personales el 90% restante de la persona. Esperar una mínima correspondencia ya es prestar parte de tu confianza a un desconocido, y si no acepto un caramelo de un desconocido, ¿por qué voy a dejarle tal fianza, a corto o largo plazo?

         Normalmente acabo desistiendo, archivando el caso para sacarlo a relucir unos meses antes de su prescripción, por si algún cabo suelto quedara, poder volverlo a anudar. Después lo solía almacenar de nuevo, sin decir nada a nadie, con la esperanza de que se olvidase del todo y poder tirarlo a la basura. Esta vez, y de ahora en adelante, no seré yo el que guarde pilas de papelotes y documentos con pequeñas frases subrayadas. No.

        Tengo un momento, y millones de situaciones a las que responder, así que no quiero gastarlo en una única causa. Sólo un segundo más.


viernes, 4 de marzo de 2011

Será la última vez que lo haga por las malas

        "¿Qué le ha pasado a mi inspiración?", me pregunto cada día frente un papel. Antes era todo tan sencillo. Antes exprimía un bolígrafo en un folio y surgía poesía. Ahora, siempre termino mordiendo el capuchón del boli y garabateando el perfil de una mujer en una hoja, que por norma, acaba en la papelera. Que inmensa frustración.

        Rodeado de tazas de café, intento describir lo que por ti siento, sin que te des cuenta para no llamar tu atención. Me es imposible. Me arrepiento de tantas cosas, todas con mi nombre por autor, que ni yo soy capaz de centrarme en una, por simple que sea. Acabo escuchando música, buscando en las estrofas de otros artistas mi desdicha, para no engañarme de todo.

        Sé que puedo hacerlo, sobradamente además, cargando cada frase de detalles absurdos y aclaraciones que se contradicen, para jugar con la ambigüedad del vocabulario. Me es imposible escribir pensando en un mañana, pero el hoy no termina de agradarme y el ayer se me quedó a medias. ¿Y todo esto sabes por qué es? Por aprender lo que no debía y memorizar lo que no me enseñaron.

"Si en esta vida para aprender hay que errar, el acierto es una jodida pérdida de tiempo".



miércoles, 2 de marzo de 2011

... de atar

        Tanto me ha costado construir los sólidos pilares sobre los que sustento mi esencia, que olvide lo más importante.

         Cimientos, acero, hormigón... ni una sola grieta ni poro. A lo largo de años de trabajo, la perfección de una estructura ancestral diseñada por y para mí, ha sido mi única forma de vida. Cada losa, cada relieve, cada rodapié... esta puesto a conciencia, teniendo en cuenta el color, el material y la composición que forma junto con el resto piezas.


         El azar no tuvo cabida en esta construcción. Cientos de planos a escala perfecta lo avalan. Todas las vistas posibles, diversos tipos de visión y ángulos, hacían posible reflejar mi imaginación en celulosa para más tarde, alterar el medio con mis propias manos.


         La decoración, exquisita por cierto, siempre acorde con las necesidades del habitáculo en el que nos encontremos. La iluminación saca el máximo jugo a las horas de sol y se nutre de preciosas cristaleras para ver la luna cuando se halla plena y en lo más alto del cosmos.

Todo ello componía mi ser. Mis inquietudes y deseos. Mis amores y odios. Mi yo y tu mi. Mi cielo y mi inframundo… tenía de todo, hasta un pero, siempre hay un pero a tan extensa imaginación, “¡y vaya pero!”, pensé. Maldito sea mi error cuando la vi terminada.

         El más tonto error de un constructor: no puse una puerta. Mi universo se encontraba dentro de aquel edificio, y yo estaba fuera. Comencé a dar vueltas alrededor, mirando ventanas y buscando alguna forma de entrar.

         La perfección de mi ser me hizo inútil ante mí mismo. No había manera posible de volver dentro. La única forma de entrar, seria romper la pared para poder abrir una puerta. Rompería, a parte de la estética de la preciosa fachada de piedra, la fachada de mí. Mi fachada, mi piel.


         Con el martillo en la mano izquierda y el cincel en la derecha, asesté el primer golpe. Solo uno bastó para que una grieta se expandiera hasta el torreón mas alto. El segundo golpe, amplió el número de grietas y ensanchó las existentes. El tercer golpe lo medité bastante tiempo con el martillo en alto, pero finalmente, decidí no darlo.

         Eso se derrumbaría solo y preferí que no me pillara por delante. La próxima vez no pondré tanta carne en el asador y arriesgaré lo mínimo, por facultades, apostando lo máximo por mi error.

Gracias.