Hace escasos días, mi madre irrumpió en mi cuarto a grito de "pa'rriba to' el mundo" y se bajó dejando la puerta abierta. Como tantas mañanas, me hice el remolón durante unos veinte minutos, pero acabé por levantarme. Aún un poco zombi, me puse en pié y medio cojeando fui a subir la persiana. Tras el primer fogonazo se me aclimataron lentamente las pupilas y, al fin, llegamos el punto clave y de inflexión en mi historia: abrí la ventana.
Podría leer y estudiar durante semanas libros sobre las fuerzas centrífugas y centrípetas, fuerzas contrarias, equivalentes, etc. para explicar técnicamente lo que ocurrió en mi cuarto, pero prefiero filosofar y explicarlo a mi manera: la vida, cuando te cierra una puerta te abre una ventana.
Y cierto es que nos apoyamos en mierdas (y perdonen la expresión) del tipo "el tiempo pone a cada uno en su lugar" o "la vida es como una balanza" (yo mismo he utilizado esta) o la que trataremos hoy, con tal de quitarnos peso de encima. Liberamos nuestra dolida columna cargándole prioridades y obligaciones a "la vida". ¿La vida? ¿Qué vida? ¿La tuya? ¿La de Dios? La gente que sustituye "vida" por "Dios" tiene mucho más sentido en su diálogo, ya que si creen en Dios, Dios es el dueño del devenir y por tanto, encargado de abrir o cerrar ventanas, o situar en un lugar exacto cada segundo.
De todas formas, no estamos hablando Dioses, sino de personas. Ante la complicación, el error o la incapacidad (que magistralmente se ha metaforizado con una puerta que se cierra), nos hundimos, lloramos y chapoteamos en nuestra inutilidad rogándole a la vida que nos abra una ventana. Además, vivimos creyendo que se nos abrirá una ventana por lo denominado "ley natural". Que, ya que hemos recibido una desgracia, la contraprestación es un beneficio. Confiamos en el equilibrio del cosmos o del yo que sé para solucionarnos la papeleta.
Maldita sea, ¿estamos todos locos? La puerta de mi habitación aquella mañana si se abrió como consecuencia de haber abierto la ventana. En la vida no. En la vida eres tu el que abre o cierra puertas y ventanas, incluso armarios y botes de conserva, pero solo tú. Mucha gente, tras haberse labrado el derecho de abrir su ventana y salir de su frustración, sigue achacando a la vida esa salida secundaria. Pobres infelices.
Ahora bien, cada uno que se crea lo que quiera, que confíe al refranero popular lo que mejor le convenga y rece a una existencia divina por una oportunidad más. Yo sé que yo soy el que busca, encuentra y abre mis ventanas. Que también existen las casualidades, y quizá esta sea una.