miércoles, 27 de abril de 2011

Cárcel

Cada día me despierta el metálico sonido de los barrotes siendo golpeados por una porra al final del pasillo, acompañado por los irónicos gritos del carcelero a la voz de "buenos días". Disfruto de tu preciosa imagen como primer pensamiento del día, solo hasta que es interrumpido por los golpes del carcelero, cuando pasa con su arma y sus gritos por mi celda.  

Desayuno pensando en ti. En ti y en que me den la tan ansiada condicional. Llevo meses recibiendo noticias de mi abogado sobre ella: "que si pronto te la dan", "si en breves estas fuera" o "esta vez sí". Espero que hoy si sea verdad y pueda ver la calle, pueda abrazarte, pueda tocarte la cara…  

La misma nefasta e infumable comida cada día. No hay adjetivo que la cualifique debidamente, salvo porquería, propiamente dicho. Lo único que me hace pasar el mal trago es, de nuevo, tú. Todos y cada uno de los instantes que paso aquí los paso pensando en ti. Por ti soy capaz de "crear" felicidad. Vivir pensando que en cualquier momento, uno de esos uniformados hombres de eléctricas armas diga “Javier, tiene una visita”.

Paso la tarde entre rutinarios partidos de futbol, algunas pesas o, cuando toca, clases parroquiales. Me comporto como tu querrías que me comportase: evito las peleas, hago todos los trabajos que puedo hacer aquí dentro, estudio... pero ¿para qué? Sigo aquí atrapado, como cada día. Seguro que tú no te acuerdas de mí y yo estoy gastando mi tiempo en una causa perdida. Bueno, de todos modos, no tengo otra cosa en que gastar mi tiempo.

Me voy desanimando y enojando mas contigo conforme anochece. Interrumpe mi pensamiento de nuevo el carcelero, con el mismo ritual que por la mañana, pero dándonos las "buenas noches", con su pedante sonrisa. Siempre tardo en dormirme, ya que desanimado completamente pago mi desdicha pensando pestes sobre ti y maldiciendo el día que te conocí. 

No me gusta esa actitud, pero sé que al día siguiente volveré a despertarme sonriendo y suspirando por tu amor.


miércoles, 6 de abril de 2011

Me has conocido en mi peor momento

         Cuando dejé de enviarte mensajes en palomas y postales en fotografías de lugares lejanos. De regresar al hogar a la misma hora veinticuatro. De regar las petunias que con tanto ahínco mimé durante tantos años. Dejé de llevar tu imagen en la cartera y arranqué sin cuidado tus referencias de mi tablón de corcho. De poner velas por los momentos que juntos matamos y crucificamos. 

         También me olvidé del significado de determinados vocablos que juré y perjuré no emplear. De todos aquellos atardeceres muertos bajo la sombra de ese olmo. De las conversaciones plenas, y a la vez huecas, de sentimientos con fragancia a frutos del bosque. De aquello que me decías por la mañana al despertar. De mostrar mi sonrisa frente al espejo.

         Cuando ocurrió todo esto, tú me conociste.