miércoles, 2 de marzo de 2011

... de atar

        Tanto me ha costado construir los sólidos pilares sobre los que sustento mi esencia, que olvide lo más importante.

         Cimientos, acero, hormigón... ni una sola grieta ni poro. A lo largo de años de trabajo, la perfección de una estructura ancestral diseñada por y para mí, ha sido mi única forma de vida. Cada losa, cada relieve, cada rodapié... esta puesto a conciencia, teniendo en cuenta el color, el material y la composición que forma junto con el resto piezas.


         El azar no tuvo cabida en esta construcción. Cientos de planos a escala perfecta lo avalan. Todas las vistas posibles, diversos tipos de visión y ángulos, hacían posible reflejar mi imaginación en celulosa para más tarde, alterar el medio con mis propias manos.


         La decoración, exquisita por cierto, siempre acorde con las necesidades del habitáculo en el que nos encontremos. La iluminación saca el máximo jugo a las horas de sol y se nutre de preciosas cristaleras para ver la luna cuando se halla plena y en lo más alto del cosmos.

Todo ello componía mi ser. Mis inquietudes y deseos. Mis amores y odios. Mi yo y tu mi. Mi cielo y mi inframundo… tenía de todo, hasta un pero, siempre hay un pero a tan extensa imaginación, “¡y vaya pero!”, pensé. Maldito sea mi error cuando la vi terminada.

         El más tonto error de un constructor: no puse una puerta. Mi universo se encontraba dentro de aquel edificio, y yo estaba fuera. Comencé a dar vueltas alrededor, mirando ventanas y buscando alguna forma de entrar.

         La perfección de mi ser me hizo inútil ante mí mismo. No había manera posible de volver dentro. La única forma de entrar, seria romper la pared para poder abrir una puerta. Rompería, a parte de la estética de la preciosa fachada de piedra, la fachada de mí. Mi fachada, mi piel.


         Con el martillo en la mano izquierda y el cincel en la derecha, asesté el primer golpe. Solo uno bastó para que una grieta se expandiera hasta el torreón mas alto. El segundo golpe, amplió el número de grietas y ensanchó las existentes. El tercer golpe lo medité bastante tiempo con el martillo en alto, pero finalmente, decidí no darlo.

         Eso se derrumbaría solo y preferí que no me pillara por delante. La próxima vez no pondré tanta carne en el asador y arriesgaré lo mínimo, por facultades, apostando lo máximo por mi error.

Gracias.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja aquí tu comentario...