domingo, 26 de octubre de 2014

Una cafetería

La taza del café dejó una media luna de líquido en la mesa. La limpié con una de esas servilletas satinadas de los bares, no me gusta tener sucio mi banco de trabajo. Llevaba más de veinte minutos escribiendo palabras sueltas que más tarde tachaba dibujando bucles de una longitud de onda muy reducida.

Mi idea era hacerlo de forma poética, agradable a la inteligencia y a los sentidos. Una copia de la famosa lata de sopa de Warhol decoraba la pared que tenía justo en frente. La gente entraba con mochilas llenas de prisas, pedían su café y media con aceite, y eso les bastaba para disfrutar de la barata filosofía de los sobres de azúcar. Posiblemente no entenderían jamás mi postura.

Llevaba bastante tiempo sentado y dándole vueltas al bolígrafo, tanto que el respaldo de la silla empezaba a resultarme incómodo. ¿Quién soy yo si yo soy? ¿Eso es mío o de una canción? Pedí otro café, por favor como siempre, a la joven y algo patosa camarera. Deseé que se le cayera en mi libreta y me liberase de escribir.

Gente sin paciencia y con la costumbre de delegar responsabilidades grabada en el ADN tocaba repetidas veces el claxon cada vez que el semáforo de la avenida se volvía rojo. Esa gente tampoco escribía, igual que yo, y tampoco se les veía felices, igual que yo. No seríamos tan diferentes como vanidosamente imagino, supongo.

Recogí mis cosas y me fui. Pagué lo que debía con el dinero justo, yo nunca dejo propina. Pasé otra servilleta por la mesa antes de levantarme. La decoración me resultaba inspiradora, por esa razón fui a ese establecimiento en concreto, pero hoy no resultó. Es normal fallar a veces. Al salir nadie me miró, supongo que nadie se percató de que fallé.

1 comentario:

  1. Tienes que volver a esa cafeteria,las palabras te siguen esperando y sentadas en tu mesa ya llevan varios cafes

    ResponderEliminar

Deja aquí tu comentario...