martes, 20 de mayo de 2014

Iba a ser para mí

Habíamos bebido mucho. Ella estaba guapísima, pero evité mencionarlo. Seguramente ella esperaba algo más de mí...
Yo tampoco le prometí nada, ni antes ni durante. Pero si, he de reconocer que estaba radiante.

Tampoco importaba. Ella era para mí. Durante quince minutos o años. El tiempo tampoco importaba. Tenía un diamante entre mis manos. Tan solo quería hacer con él, bueno, lo que quiera que se haga con los diamantes. ¿Qué se hace con los diamantes?

Me perdía entre sus frases. Cada palabra que salía de su boca me generaba más entusiasmo. Sus largas y estructuradas oraciones parecían de un guión de cine: perfectamente bien escogidas, sin fisuras e hirientes. Era, a su manera, bonito. Alguien tenía que decirlo.

Sonreía como sonríe alguien que tiene la razón. Es más, me atrevería a decir que sabía que la tenía. Hacía caracoles con su pelo, jugaba con las servilletas. ¿Yo? Me distraía a propósito con la música. Pusieron tainted love. Tenía que escapar.

Ya no era para mí. Ella no. La ginebra hablaba y yo asentía con la cabeza. Ella seguía estando perfecta. Yo arrastraba los pies. Su silueta era la puerta de entrada, a la vez que la de salida. Un sueño de bonita melena. No recuerdo su color de pelo. ¿A quién le importa?

Vomité frente a un contenedor. La máxima expresión del fracaso. Que yo recuerde ella no perdió ni el color del pintalabios. Indigno. Ella iba a ser para mí. Al final, yo fui para ella.

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