jueves, 7 de julio de 2011

Diamante y corazón

        Por tópico lo encontramos en la mano de cualquier damisela de arriesgados tocados y una perfecta manicura francesa. Balanceándose al ritmo de unas hipnotizantes caderas o decorando la sonrisa de una extravagante dama. Símbolo de la riqueza de Holliwood, sobre unos tacones de Channel, posando en una alfombra roja. La belleza de una reina egipcia de morena y perfecta tez. El mismísimo poder de un César del que depende la triste vida de cuatro gladiadores. 
        Refleja decenas de situaciones bamboleantes de destellos ante los que se avergonzarían los ojos de la mismísima Sharbat Gula. Decoran y embellecen lo indecorable, sustituyendo defectos por virtudes. Protagonizan escenas románticas en un indigno plató de televisión o en el mas íntimo rincón de una sábana. Son el capricho de la realeza y sueño de tristes hidalgos. Es capaz de castigar de por vida al hombre bueno y enriquecer al mas gañán. Eso es un diamante.
        En el otro orden de cosas y por contrapartida, lo encontramos en la mano del que sólo tiene su palabra frente a la hipocresía que le rodea. En cada buena acción, en cada favor, en cada gesto. En el centro de todo lo llamado "inútil" por el miedo que tantos tienen de reconocerlo y en el epicentro de toda reacción humanamente explosiva. Musa a la que desde los mas antiguos y recordados rapsodas, hasta los mas banales "artistas" de la actualidad dedican sus versos.
        Sangrante músculo, mas potente que unas olimpiadas de halterofilia, pero delicado cual vidrio. Dueño de emociones y sentimientos. El que escribe las normas, desde el odio mas arrugado hasta un sollozo romántico frente a la ventana. Su tamaño depende de lo ruin que fuese su portador, pero su grandeza depende de los años que, tras muerto este, siga siendo recordado. A grandes rasgos, eso es un corazón.

        Ahora bien, tú eres un diamante y yo soy un corazón.



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