domingo, 13 de febrero de 2011

Cirkus

        Podía haberlo hecho mejor. Ando a paso ligero por el lúgubre pasillo hasta llegar a mi camerino. Introduzco la llave y compruebo que me lo había dejado abierto. Ya dentro, cierro de un portazo. Los dos cuadros de payasos que tengo en la pared se tambalean, y cientos de gritos de ánimo y elogios dejan de escucharse. Cuelgo el sombrero de copa en el perchero. Se cae. Lo vuelvo a poner, esta vez con más mala gana. Mientras me quito el chaqué evito mirar al espejo. Él sabe lo que me ocurre y me atacará en cuanto tenga la más mínima oportunidad.

        ¿Por qué me ocurre esto a mi? Tantas veces me he preguntado esto que cada vez más acabo mirando hacia otro lado obviando mi propia pregunta e ignorándome. Cierto es que yo me lo busqué. También cierto es que la letra pequeña del contrato parece ir escribiéndose cada día. Me sangra un poco la pierna. En uno de los latigazos me he rozado la extremidad, menos mal que el público no lo ha notado. Ellos me ven a mi como un ser fuerte y sin miedo a jugarme el tipo ante un puñado de fieras salvajes. Como los envidio.

         Ahora están los trapecistas haciendo su número estrella, oigo los "uys" del público. Esa pareja cada día trabaja mano a mano. Su victoria es hacerlo bien aquí, ante los atentos ojos de la gente que espera ver un arriesgado espectáculo. Yo, por el contrario, hacerlo bien en la jaula me importa un carajo. Soy incapaz de sorprenderme a mi mismo y esto es una derrota tras otra.

         Llaman a la puerta:
-¿Quién es?
-Soy yo, Roger, que ya acabamos, sal aa hacer la reverencia ante el público, ¡corre!
-Enseguida voy.
    
         Mientras me pongo de nuevo el chaqué, veo como el espejo me dice que me odia sin emplear una sola palabra. Él sabe lo que pienso de sus opiniones y sabe que me las tomo demasiado en serio. Quizás si él no me fustigara como lo hace día tras día, ahora mi trabajo sería mi pasión. Todo el mundo sueña con ser domador de tigres de bengala o de leones africanos. A mi ni el temor de que un día a un animal se le crucen los cables me inquieta lo más mínimo. He dejado de tener ilusión, y un hombre sin ilusión por nada es un mero trozo de carne. La única diferencia es que este trozo de carne lleva un sombrero de copa.


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