sábado, 28 de junio de 2014

Hola, ¿cómo estás?

"Hola, ¿cómo estás?" escribí en una hoja. Una hoja que tenía una cara llena de esquemas referentes a viejos estudios. Preferí escribir primero un borrador y luego, mas tarde, la carta que le enviaría.
No quería mandarle una carta con quiebros y dudas en el lenguaje, sino algo directo. Tenía una misión muy concreta y no podía fallar por falta de tiempo.

Esta vez me preparé un café bombón. Aparté todos los papelotes que tenía sobre la mesa y volví a mirar al folio. Ese "hola, ¿cómo estás?" llevaba ahí escrito más de tres días y ya era hora de continuar. Busqué el mismo bolígrafo que utilicé en primera instancia para escribir, lo cual me costó un rato. Estaba debajo de la cama, fíjate tu.

El folio me miraba, cada vez más de lejos. No era capaz de redactar una simple carta. Me temblaba la mano, por muy tranquilo que estuviese. Ayer incluso me propuse escribirla a la hora de la siesta, para aprovechar el sueño y no ponerme nervioso. Pero no. Mientras bostezaba de sueño me temblaba el pulso.

El café estaba frío ya. Hice un montoncito a la derecha con las uñas que fui mordiéndome a lo largo de la mañana. Las tiré a la basura, qué asco. Resoplé y por fin escribí algo: "yo bien". "Vaya, vaya, vaya... eres muy bueno. Bien hilado", pensé. Taché eso último y volví a quedarme tal cual estaba.

Busqué otras cartas, ficticias por supuesto, en libros y otros blogs. No lo reconocería en la vida, pero seria un claro plagio. Incluso miré y casi estudié a sus cantautores favoritos, con el fin de que me aportaran ideas. Pero nada. Nada de nada.

Quizá lo mejor es dejarlo para mañana. Mañana beberé y, justo antes de acostarme, pensaré una buena continuación para mi carta. Tan solo tendré que aguantar mi borrachera y no dejarme llevar. Guardé la hoja y el bolígrafo.

...

El día siguiente bebí. Corrí, lloré, canté, reí, volé, bailé, vomité, volví a beber. Y en llegar a casa, mi cerebro era un afluente de buenas ideas. Un géiser de bonitas frases capaces de todo sobre un folio. Me forcé. Me obligué a agarrar el bolígrafo y el papel para continuar y, con suerte, finalizar mi carta. 

Escribí todo lo que quería decirle. Volé sobre mis propios trazos. Escribía con los ojos cerrados y mi letra era no solo legible, sino bonita y estilizada. Mis sentimientos viajaban a kayak río abajo y las ondas del agua eran mis palabras. Por fin.

...

Por la mañana miré la hoja y no era lo que yo recordaba. Había escrito "¿cómo estás?" cientos de veces. Una detrás de otra. En mayúsculas y minúsculas. Incluso en cursiva. Dentrás, sobre mis esquemas de economía. Eso sí, había tachado la primera palabra. El "hola" estaba oculto bajo un garabato con una longitud de onda muy pequeña.

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