lunes, 23 de junio de 2014

San Juan

En la noche de San Juan se hacen hogueras. Es tradición. Hacer una montaña con todo aquello que quieras eliminar de tu vida. Cumple una doble función:
por un lado, quemar todos los malos recuerdos y experiencias del año; por otro, la función purificadora con vistas al próximo año. Otras culturas ateas emplean las hogueras con el fin de darle más fuerza al sol, ahora que los días empezarán poco a poco a durar menos. Esto último es tan solo un dato.

Rendir una ofrenda. Una ofrenda al olvido. Todo aquello despreciable que ya no deseas, es ofrecido a la llama de San Juan. Es más, dicen que para que el ritual se cumpla a la perfección, debes saltar por encima de la hoguera. Que el fuego se lo lleve todo.

Y es que nos cuesta, como seres humanos, almacenar recuerdos nuevos. Son carpetas plastificadas, cerradas con un candado del que no recuerdas donde dejaste la llave, porque no creíste que tuvieras que echar mano de ellas. ¿Y ahora qué? Si deseas almacenar nuevos recuerdos, debes primero borrar los anteriores.

Es tan difícil. Y a la vez tan inútil, desde el punto de vista racional. Somos capaces de memorizar y recordar todo lo que nos propongamos. Todo. Y es la cabezonería fílmica de las comedias románticas la que no empuja a olvidar. Es un paso previo a ciertos momentos de tu vida. Olvidar. 

Confundir el fuego con el olvido es una realidad. Yo he vivido esa realidad y ahora quiero recordar. Quiero recordarlo todo.  Hay cosas que no merecen ser olvidadas. 

De la misma manera que en cualquier momento puede surgirte la ocasión de resolver la edad del padre de Pablito, mediante el uso de una ecuación de segundo grado incompleta, o tengas que decir la capital de Burundi (que por cierto, es Buyumbura), puede que el día de mañana tengas que volver a recordar qué solía desayunar o qué tipo de películas le gustan.

Disfruten de una bella noche de San Juan.

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