martes, 17 de junio de 2014

Lienzo

Fui a dejar unos viejos recuerdos en el trastero. Ya no necesitaba aquellas cajas. Hacía tanto tiempo que no bajaba allí abajo que perdí media tarde buscando viejos cachibaches. Encontré en un viejo futón un lienzo....
Estaba un poco roto, pero en blanco.

Busqué como repararlo y, con mucha paciencia, lo conseguí. Me costó bastante dinero y tiempo dejarlo en perfectas condiciones para poder empezar a pintar, pero ya lo tenía. No fue fácil quitarle los desgarrones, las roturas y las manchas que el tiempo había provocado en él.

Necesitaba un caballete. No podía pintar sin caballete. Pensé en comprar uno, pero resultaba más divertido hacerlo yo. Al fin y al cabo, fui yo el que se encaprichó de este lienzo. Conseguí maderas y compré clavos. Quedó perfecto.

Ahora solo me quedaba pintar. ¿Qué pinturas será las más adecuadas? No sabía como pintar sobre ese lienzo, así que fui probando. Usé una tempera azul cielo y pinté una esquina. No quedó bien, así que compré otra pintura. Esta vez utilicé un esmalte graso color bermellón. Tampoco me convenció el resultado. Este trámite se alargó bastante en el tiempo.

Finalmente encontré una marca de acuarelas que se veían preciosas en mi lienzo. Ahora solo tenía que pintarlo y disfrutar de él. 

Me lo llevé a la playa a pintar. Al bosque. A la ciudad. De día y de noche. En cada lugar añadía una, o a veces hasta dos pinceladas. Cuidé cada trazo como si de mi mismo se tratara. Cada pincelada tenía todo lo que quería transmitir. Ni más ni menos.

Disfruté pintando como jamás he disfrutado en mi vida. Fue una gran idea encapricharme de esto, si.

Con el tiempo, el exceso de pintura fue tornando oscuro aquel iluminado paraje. Los árboles se sobrecargaron de sombras. Las ardillas parecían más bien cuervos. La nubes acabaron tapando el sol. Incluso las montañas crecieron por encima de las reglas de la naturaleza. Todo se me fue de las manos.

Ese cuadro, en el que con tanto esfuerzo y dedicación pinté e iluminé cada detalle de su piel, se estaba volviendo zafio y triste.  Yo lo estaba volviendo zafio y triste.

Olvidé la razón misma del cuadro. Olvidé por qué lo cogí para repararlo. Olvidé todas las pinturas que tuve que probar para que quedase bien. Olvidé cada paseo y olvidé cada cerda de cada pincel que utilicé. Por alguna razón. 

Estropeé el cuadro más bonito del mundo sin ser consciente de lo que estaba haciendo. 

Empezó a resquebrajarse. El trípode empezó a bailar. La pinturas buenas se me agotaron. Un desastre de final para una obra que mereció mucho más.

Guardé el lienzo con cuidado en aquel viejo futón y coloqué cajas sobre él. Sabía que algún día volvería a mirar dentro. Y puede que entonces encuentre un bonito lienzo.

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