sábado, 30 de agosto de 2014

El valor del tiempo

Hoy es un día tan ruinoso como cualquier otro. El calendario está lleno de días ruinosos. El hoy de nuestro ayer, el mañana de esta tarde o el ayer de la próxima borrachera. Cada veinticuatro horas se generan vanas expectativas sobre las siguientes veinticuatro. Pobres domingueros, delegando éxitos a unidades de tiempo.


El tiempo no es más que la asignación de caracteres numéricos a los movimientos de traslación y rotación del planeta Tierra. Suficiente para generar esperanzas en cualquier hijo de vecino. Todos faltos de un eslogan y de criterio. Viven en sociedad, no apuestan por sí mismos y no les avergüenza reconocerlo.

Se la juegan a que un día, cualquiera que sea, será su día. Creen ser libres y se encadenan al tiempo para suplir su escasez de decisión. La palabra valor les suena a quimeras y fantasías, a vocabulario demasiado concreto. Y si por alguna razón, llegado el día que marcaron no se cumplieran las bienaventuranzas que predicaron, donde dijeron digo, dicen mierda.


Su sistema carece de castigo. La culpa de la torcedura de tobillo de sus anhelos se la lleva el ya difunto día. Esas veinticuatro horas serán, para toda la historia, las culpables del fracaso personal del individuo. Y ya está. Nadie más volverá a reclamar nada a ese pobre alma en pena que trafica con tiempo, por ser gratuito.

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