Hoy es un día tan ruinoso como cualquier otro. El
calendario está lleno de días ruinosos. El hoy de nuestro ayer, el mañana de
esta tarde o el ayer de la próxima borrachera. Cada veinticuatro horas se
generan vanas expectativas sobre las siguientes veinticuatro. Pobres
domingueros, delegando éxitos a unidades de tiempo.
El tiempo no es más que la asignación de caracteres
numéricos a los movimientos de traslación y rotación del planeta Tierra.
Suficiente para generar esperanzas en cualquier hijo de vecino. Todos faltos de
un eslogan y de criterio. Viven en sociedad, no apuestan por sí mismos y no les
avergüenza reconocerlo.
Se la juegan a que un día, cualquiera que sea, será su
día. Creen ser libres y se encadenan al tiempo para suplir su escasez de
decisión. La palabra valor les suena a quimeras y fantasías, a vocabulario
demasiado concreto. Y si por alguna razón, llegado el día que marcaron no se
cumplieran las bienaventuranzas que predicaron, donde dijeron digo, dicen
mierda.
Su sistema carece de castigo. La culpa de la torcedura
de tobillo de sus anhelos se la lleva el ya difunto día. Esas veinticuatro
horas serán, para toda la historia, las culpables del fracaso personal del
individuo. Y ya está. Nadie más volverá a reclamar nada a ese pobre alma en
pena que trafica con tiempo, por ser gratuito.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja aquí tu comentario...