Nunca pude prever nada. Desde bien chiquitín que me
resulta imposible adelantarme a ningún acontecimiento. Miro a mi futuro y no
veo nada, tan solo un páramo blanquecino. Una niebla cubre mi futuro a partir
de las dos semanas. Me acostumbré a vivir con ello, a vivir de salto en salto,
dando palos de ciego por cada decisión y a levantarme la venda solo para mirar
a mi alrededor.
Hubo un tiempo en que conseguí disipar esa niebla.
Todo era tan sencillo antes. Sería la sequedad de mi ser la que absorbió toda
la humedad que me rodeaba o quizá fue ella la que funcionaba como luz de xenón
antiniebla. Creo que fue ella, pero quiero pensar que el mérito también fue mío.
Escribimos un futuro lleno de cosas que recordaremos
recordar, con nuestras costumbres y nuestras pasiones. Nuestras visitas y
nuestras horas muertas. Nuestros besos. Construimos una mentira que nos
encantaba a los dos. Hubiéramos dado todo lo que nos rodeaba y no podíamos ver
por todo lo que no existía pero sí era tangible. Nos anticipamos mucho.
Ahora vuelvo a no ver nada. Posiblemente me acostumbré
a vivir en un tiempo muy adelantado a nuestro presente y, ahora, el presente me
sabe a poco. O quizás caminaba tu rumbo, visible y seguro, y ahora no sé ni
hacia dónde mirar. O, por qué no, un poco de cada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja aquí tu comentario...