Jamás fue consecuente con sus actos, ya que jamás le
fue algo necesario. Vivía confiando en el libre albedrío del universo. Se
posaba sobre su cáscara de nuez y dejaba que la marea lo transportase. Su
energía eran los pasos que daba hacia delante, y su felicidad, una conjunción
de hechos fortuitos que aminoraban su desesperación.
¿Quién era él para dictaminar los caprichos de la
casualidad? O peor aún, ¿quién era él para poner en entredicho la aleatoriedad
del universo? Un bombardeo de actividades inconexas reafirman el equilibrio del
todo, manteniendo a cero el balance final. Los besos que diste por los que te
negaron.
Tuvo que ocurrir, que viniera ella, como del futuro, a
cambiar el rumbo de su historia. Ella borró su fortuito futuro y reescribió una
nueva descripción de lo que debía ser lo que ocurriese el día de mañana. Sembró
una semilla, quizá por casualidad o quizá no, que germinó tan rápido que el
propio universo reconoció su poder.
¿Cuándo se abandona la casualidad para apoyarse en
causalidad? ¿Cuándo la chiripa se convierte en determinación? ¿Cuándo un
espacio y un tiempo dejan constancia en la historia, siendo tenidos en cuenta
como trampolín? ¿Cuándo has confiado en el azar y has abandonado tu
futuro?
Ella y yo pensábamos igual.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja aquí tu comentario...