Apostar por otra persona antes que tú mismo es, por lo
general, algo muy noble. No mentimos a nadie si llegado el momento disfrutamos
con la felicidad ajena en detrimento de la propia. Es más, pensar en sacrificar
tus mejores momentos para que otros disfruten de tan solo uno es algo que honra
a la especie humana. No a todos, sino a los que lo ejercen.
Es tan bonito como egoísta disfrutar con el éxito
ajeno. Saber que esa sonrisa ha dependido de tus fechorías y achacar su éxito a
tus actos. No sacrificas, inviertes. La pasión de un bonito momento son los
pasos de un mapa que minuciosamente has dibujado, a escala de su corazón, para
que esa persona disfrute de un segundo de placer. Y eso, es jodidamente
egoísta.
Permanecer en la sombra es tan mezquino como quedarse
inmóvil. No, es menos mezquino que permanecer inmóvil. En este último caso, su
felicidad no depende de tus actos, sino su infelicidad. Es grave que la
tristeza de alguien radique en otro alguien, pero estamos tan acostumbrados que
las más bonitas historias de amor se apoyan en esta idea. No es felicidad lo que
ves, es ausencia de tristeza.
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