Y al fin, cuando pude corroborarlo, me quedé sin
habla. Era un poder extraordinario. Algo fuera de lo común que no había visto
jamás. Me lo habían contado, incluso lo había leído en viejos libros y visto en
películas de los noventa, pero no creí que fuese verdad. Y es que ella era
capaz de apagar el sol.
Podía silenciar cada rayo de sol antes de que este se
plantease partir de la superficie del astro en dirección a la Tierra. Así, sin
más. Robaba la propia luz del sol y creaba un halo de oscuridad y tenebrosas
sombras. Era alucinante, bello a su manera, la forma de convertir el brillo en
oscura opacidad.
Yo lo comprobé en mi propia piel. De repente, todo mi
mundo se apagó. Nadie me lo dijo, pero sabía que había sido ella. Apagó mi sol
y ahora voy a cerillas, quemándome los dedos cada escasos metros y con las
pupilas más que dilatadas. Ella sabe la razón de por qué lo hizo. Yo no se lo
reprocho y viviré en esta oscuridad el tiempo que haga falta.
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