martes, 16 de septiembre de 2014

Amuleto

Jamás creí en gatos negros que se cruzan. Ni en que cambie mi suerte por pasar por  debajo de una escalera. Cuando me han pedido sal la he dado en la mano y al ser un despistado, los días trece se me pasan como cualquier otro.
Suelo levantarme con el pie izquierdo, por la orientación de mi cama y por ser zurdo. El color amarillo me gusta y tengo ropa de ese color. Por supuesto, he roto espejos, y muchos: de mano, del coche y de cuerpo entero. ¡Ah! Y no creo en Cristo, Dios y Espíritu Santo, aunque digan que son el mismo tipo. Tampoco creo ni en Selassie ni en Jah, aunque lleve rastas. Y ni Jehova, ni Buda, ni Alá me convencen. Podría decir que no creo en nada.

Pero si creo en algo. Algo que no se puede nombrar y que, ciertamente, no sé bien qué es. He de decir que es una pequeña reliquia familiar que tenía mi abuela, que en paz descanse, y que tan solo pido para cosas importantes. Situaciones en las que yo solo no puedo. Por ejemplo, tan solo la usé en la universidad el día de mi quinta convocatoria en la asignatura de contabilidad financiera. Nunca saqué más de un tres en esa asignatura y esa vez obtuve un ocho. En alguna otra ocasión, como en el carnet de conducir, para el que estuve dos días sin comer ni dormir de los nervios, también le pedí ayuda.

Hace poco tuve que volver a utilizarla. Era una situación realmente difícil, quizá la más difícil de las situaciones a las que me he enfrentado. Esta vez tenía que toparme con la otra única superstición que tengo en la vida. A mi dichoso talón de aquiles, mi kryptonita. El tatuaje de mi corazón habla de ella y así lo muestro únicamente en la intimidad y borracho. Ella lo sabe y actúa con indiferencia. A mí me tiemblan los dedos mientras escribo y me quedo embobado mirando la esquina que ocupaban nuestros cuerpos.

Volví a escuchar su voz y a ver su sonrisa. Sus brazos, sus tobillos, sus orejas y su colgante nuevo. Quizá mi amuleto me diera suerte. O quizá mi amuleto era ella.


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