jueves, 4 de septiembre de 2014

Luces, nada más

Ilumina mi rostro entre la niebla y vuelve a ser cubierta. La anulan unas esponjosas nubes que no desisten en su intento. Busco esa luz por el bienestar que me proporciona. Un bienestar temporal que, creo, vive en mí.
Me tiemblan los huesos como una vara de metal al ser golpeada contra una superficie sólida. Luego caen y pierden su solidez. Se derrumba mi cuerpo cuando no veo ese brillo y creo poder vivir sin él. Sé que me miento cada día cuando miro al cielo y lo veo encapotado, pero convivo con ello. Miro luces de neón por saciar esa necesidad. Ellas me aportan tranquilidad durante un momento, hasta que se apagan. Rezo a la noche para que se lleve esos numboestratos con la luna. Otra que ya no me detengo a observar, que ni me ilumina ni me llena como antes. Un moderno y anónimo poeta dijo que los ojos de su amada eran como dos luceros que alumbraban su camino. No sé cómo serían, pero me los puedo imaginar. Los recuerdo.

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