No era en absoluto
fantasmagórico, al contrario, era grácil y bella, pero sí caminaba conmigo.
Unos pasos por detrás, siguiendo mi sombra. Hacía lo que yo, y aguantándome fríamente
la mirada. Si me agachaba, ella se agachaba. Si giraba la cabeza, ella la
giraba también. Si miraba la hora de mi reloj, ella hacía como que la miraba en
su muñeca.
Pero eso no era todo.
Indagando descubrí que si yo sentía, ella también sentía. Preciosa situación.
Tanto si quería u odiaba, o si sentía lástima, como si mostraba lujuria o
indiferencia, ella lo vivía con el mismo énfasis. El mismo deseo y el mismo
desprecio, en la misma mirada, pero unos pasos más atrás. La misma situación que
viví bajo mis uñas se hacía realidad en las suyas.
Tras un tiempo
conviviendo con ella, comiendo del mismo plato y bebiendo de la misma copa, me
decidí a preguntarle por qué estaba ahí. Ella, como era de esperar, me preguntó
lo mismo. Yo le dije que me sentía a gusto compartiendo errores, que por fin me
sentía humano. Ella me contestó que quería saber cómo no cometerlos y no ser
como yo.
No sería mi
doppelgänger, al fin y al cabo.
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