Miraba y miraba y no los encontraba.
"¡Joder!", pensé. Quizá si los encontraba podía hacerlo todo más
llevadero. "Si ya los había visto antes, ¿por qué no los podía ver
ahora?" me preguntaba constantemente mientras afinaba la vista. Y es que
sus defectos tenían que seguir estando ahí. Por más que miraba solo veía
perfección. En su tez, en su manera de hablar, en su forma de ser... su voz,
sus gestos, su uñas, su ropa... todo bien. Ninguna traba pude ponerle.
De camino a casa no hacía más que repetirme excusas
como que quizá fue por la luz de aquel lugar. Había muchos factores que podían
darme la razón, podía inventarme decenas de excusas y jugar a las triquiñuelas
conmigo mismo para autoconvencerme de que todo seguía igual. Pero no. Me
resultaba tan difícil creer eso como que yo mismo lo vi con mis propios ojos.
El que se equivocaba era mi yo del pasado. Mi pregunta había cambiado de
"¿por qué no veo sus defectos?" a "¿cómo hice para verle
defectos?".
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