viernes, 19 de septiembre de 2014

Heridas

Cada mañana, cuando el sol entra por la ventana y mis párpados se tornan anaranjados, extiendo el brazo tanteando a un lado y otro de la cama. No la huelo, ya nada huele a ella salvo sus recuerdos, pero tengo la esperanza de estirar la mano y poder tocarla. Abrazarla y darle besos hasta que por fin abra los ojos, con el rímel corrido por la noche anterior y el pelo completamente enmarañado. Imagino que está conmigo, rozándome con su culo, y que puedo notar su calor.


Hace un momento estaba soñando con ella. No sé qué hacíamos y no recuerdo dónde estábamos, pero sé que estaba. Solo sé que, como cada madrugada, no me atreví a besarla. Vuelvo a tener dos años menos y ni mi subconsciente me deja disfrutar. La parte consciente de mi cerebro tampoco me deja en paz contigo. Con ella, perdón. Tendré que dejar de confiar en la razón.


Aprieto los labios y bajo a desayunar. Cada día cumplo con ese mismo ritual, de despertar deseando que hayamos compartido cama. Sus heridas no son las mías y por más que lo intente jamás sabré en qué está pensando. Al contrario que ella, que sí sabe lo que pienso en cada momento. Por eso prefiero quedar en su herida y saber lo que siente. Y quién sabe, quizá algún día cicatrizar juntos.

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